Por: Lourdes Bermeo
(Este cuento- monólogo con aliteraciones, estupefacciones y
estupefacientes)
1
Tarde, la lluvia palpitaba en los vitrales de las ventanas. En el café, la
guía telefónica y la naturaleza que nos mira desde cerca.
Entonces nos acercamos más a verla, nos pusimos los relojes y salimos a
caminar con el viejo paraguas y el gabán ensanchado de papá.
Caminamos hacia el mercado y visualizamos todas las arcas llenas de frutas:
frutas sabrosas y frescas que queríamos hurtar por la escasez de los bolsillos.
Pero no pudimos. El credo, mamá, la religión, lo mal llamado “moral” nos
impidió.
Retornamos a casa y yo lo mire detenidamente - hasta en sus sombras - y le
dije: “Hermano es mejor aguantar el hambre en casa y saber que todos en familia
enfrentamos el deseo de comer y llorar”
Y él me dijo: Pero el paraguas, Lourdes, el paraguas…
2
Supongo que contar esta historia es confusa, accidentada, coja, miope y con
muchos aranceles de por más. Pero no importa porque estoy frente al espejo para
ramificar mis sentimientos a la ultranza de un carboncillo y un papel.
Recuerdo mucho el hambre y cómo nos unió. El pan cercenado en mil pedazos
para llevar una facción a la boca mientras mirábamos en la televisión los
alimentos saludables para prevenir enfermedades.
Leche de avellana, legumbres, chía, quinua, alfalfa, todo el abecedario de
las vitaminas y nutrientes, desfilaban a lo largo de lo ancho de la pantalla.
Pero nuestros platos y nuestras manos desfilaban una marcha hueca y tosca.
No fuimos los primeros, ni los últimos, solo fuimos parte de esa cadena
alimenticia que no llegaba a nosotros.
3
Papá siempre quiso volver a comer el trozo de carne, pero no pudo.
Años después sí – para que negarlo- sin embargo ya no sabía igual que las
primeras veces que sus dientes – aquellos que si existían por entonces- los
trituraban y mordían.
Quizás el sabor se perdió a causa de los años o por tanto olvido de comer.
O se perdió simplemente porque ya no podía volver hacerlo.
No Óscar- decía mamá- no comas eso.
Todo porque la doctora sentenció que papá ya no sería el mismo, que debía
alejarse de los alimentos grasos, procesados, transgénicos y fritos. En pocas
palabras: de todo lo que había ingerido de joven y que anhelaba volver a
devorar.
La doctora decía que papá se iría, pero se iría con nuestro lazo si lo
cuidábamos alrededor de una ronda tomada por nuestras manos y cantábamos todos
juntos para acompañarlo.
Y por eso mamá cantó más fuerte.
4
“El cáncer de hígado es un tumor de elevada prevalencia y de mal
pronóstico” – dícese de otro modo- es una enfermedad que mata, que es silenciosa
hasta que habla con gritos y patadas.
Para pervivir con este cáncer se necesita de una dieta, un centímetro
que mida la voluminosidad del estómago, muchos fármacos, tolerancia, de
la balanza que sentencie solo pesos promedios, de cantar y unirse al lazo que
ronda alrededor.
Sin hacer nudos- claro está- nada de nudos en la ronda.
5
-¿Por qué lo adquirió?
-¡Vaya pregunta! – dijo mamá- Ya lo expliqué quizás por alimentarse mal de
joven o por estrés o preocupación. Ahora solo queda ser discreto, no decirle
que le queda poco tiempo, callarse todo el dolor y anudarse los zapatos cada
uno solo. Despídanse mientras haya días venideros, mientras aún existía el
calor, y mientras él los vea de su lecho sin ahogarse en la muerte.
Caronte quiere llevarse el cuerpo de papá, esa es la explicación.
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